El fútbol y la política, desde siempre, fueron, van e irán de la mano. No solo el deporte constituye la mayor constatación bombástica de “pan y circo”, también, desde una perspectiva sociológica, podría decirse que expresa como ningún otro medio puede hacerlo, las tensiones de una época, así como las sensibilidades de cada respectiva clase social inmersa en esta. Veremos, a continuación, cómo tal tesis se traslada a la máxima rivalidad del fútbol peruano. Si quieres apostar por cualquiera de estos dos clubes grandes y sus modelos encarnados, puedes hacerlo en betsson app apuestas deportivas.
El ejercicio del pensamiento es, ante todo, de orientación antitética. Conseguimos hacer inteligible la realidad gracias a la construcción consabida de adversarios que, aunque irreconciliables, forman binomios que se definen a sí mismos y a su opuesto. Esto quiere decir que entiende el arriba desde la constatación del abajo, la izquierda desde la derecha y, a pesar de la injerencia tardía del Sporting Cristal como “tercer grande”, Universitario y Alianza Lima no se encuentran exentos. El primer partido entre ambos, belicoso, que no terminó de forma convencional debido a la expulsión y la derrota por default del Alianza, supondría el inicio de una rivalidad que, incluso antes de setiembre de 1928 ya estaba destinada a propiciarse debido a los orígenes y las formas de entender el deporte y la vida de ambas instituciones.
Los orígenes
El fútbol, invento decimonónico surgido en Gran Bretaña, es un producto de la época, es decir, de lo que Foucault entiende como sociedad del disciplinamiento, de ya no solamente la negación del deseo desaforado, prohibitivo, también de su encauzamiento. En este sentido, su práctica, como la de tantos otros deportes, respondía, en un principio, a un fin pedagógico, el de encarrilar el carácter de una juventud burguesa indisciplinada en los correctos tránsitos de la formación del gentleman británico. Alianza de Lima, no obstante, se funda en 1901 casi como la oposición perfecta de este reservorio de ideales didácticos: para empezar, su masa de fanáticos era de un marcado arraigo popular, constituida no solo por peruanos mestizos, también por inmigrantes chinos y, sobre todo, italianos, otorgándoles estos últimos los colores característicos a la incipiente institución.
Trece años debieron transcurrir para que surgiera la antítesis de la tesis blanquiazul, la “U”, club patricio, con un entendimiento más ortodoxo del deporte y, en consecuencia, del fútbol. Convencional con los presupuestos originales, Universitario se construye a partir de la contigüidad entre la persecución del éxito deportivo y el desarrollo moral de jóvenes intelectuales, consigna que transforma al club en algo más que un divertimento, y lo coloca en la posición de defender un conjunto de valores identitarios.
Las formas de juego
En “El origen de la tragedia”, Friedrich Nietzsche exhuma del mundo griego dos polos, el de lo “dionisíaco”, lo transgresor, y lo “apolíneo”, lo comedido, lo ético. Retomando este rótulo, y si bien debe entenderse que esta diferencia estética fundacional fue diluyéndose con las décadas y la viralidad de los clubes, lo cierto es que Alianza Lima, fiel a su esencia dionisíaca, disfruta del jolgorio, de un juego insolente, vistoso hasta la desmesura, hasta la irreverencia ante una sociedad pacata y rígida y una liga a la que solo llegaría gracias a la aquiescencia de Augusto Leguía. La presencia de futbolistas afroperuanos en la integración de sus oncenas, así como del “potrero” proletario como Paideia de sus jugadores formaron un fútbol desgarbado, ganador pero también pintoresco.
La “U”, por su parte, optó por premiar el esfuerzo, la enjundia y la supremacía física y táctica de sus jugadores. Un equipo reglado y surgido de lo “apolíneo”, de lo pertinente para la sociedad peruana de los años 20, sin transgresión, sin juego solaz, pero con la altivez y la caballerosidad grácil de la época. Una institución con una filosofía de juego de dientes apretados y pierna fuerte bien definida.
No es casual, asimismo, que el primer partido que los enfrentó fuese arbitrado por un uruguayo, Julio Borelli, en el que el fútbol es una segmentación mazdeísta, blanquinegra, de la sociedad. De alguna forma, sería posible trazar un paralelismo entre los orígenes doctos de la “U” y los de Nacional de Montevideo, o de lo popular y extranjero presente tanto en Alianza como en Peñarol.